El error

Podemos sentirnos afortunados hoy en día por la cantidad de medios que tenemos para comunicarnos.

Tanto con personas que ya conocemos, como con personas desconocidas físicamente, como con familiares o amigos que viven lejos.

Hoy en el metro escuchaba casi obligada, ya que las dos mujeres que parloteaban parecía que estuvieran hablando para todo el vagón, como una de ellas criticaba a su marido. Se quejaba de que ella tenía que hacer siempre todas las tareas del hogar, cuidar a su hijo e ir a trabajar. El tan solo tenía que preocuparse de asistir al trabajo. Tampoco le gustaba su actitud cuando los tres hacían alguna actividad fuera de casa: ¡Prefiero salir con mis amigas, me lo pasó mejor! El está todo el día de morros... Y finalizó volviéndose a quejar que para colmo se acostaba muy tarde por estar Twiteando..

Curiosamente, horas antes una compañera de clase comentaba que era muy fácil saber si tu pareja te es infiel y nos daba una serie de trucos y pautas para aprender a identificarlo. Esto desencadenó un corto debate sobre si es posible o no saber si un hombre te es infiel. 

¿No os parece absurdo? Tenemos miles de formas para comunicarnos y sin embargo preferimos contarle a una amiga todo lo que nos molesta de nuestra pareja en vez de decírselo a el mismo.

Si la comunicación no fuera necesaria, ¿para que crear tanta nueva tecnología destinada a compartir cada vez mas intimidades?

Estamos dispuestos a compartir lo que comemos o dejamos de comer, con quien salimos ayer, si estamos enfadados con la vida o si es solo que dormimos mal. Pero nos cuesta un mundo mostrar nuestros miedos, sentimientos... nos cuesta comunicarnos con las personas mas cercanas, con las que convivimos y tienen que aguantarnos estemos bien o mal. Con las que no saben si tenemos un mal día porque leen en tu perfil una frase de tu filósofo  favorito haciendo referencia a la falsedad de la gente, sino porque te lo han notado en la cara, tu tu mirada y hasta en tu manera de respirar nada mas entrar por la puerta.

Se nos olvida quizás que antes de existir el e-mail se escribían cartas, y que antes de existir el teléfono móvil uno podía estar horas y días totalmente incomunicado y no pasaba nada. 

y que antes de existir el desahogo escrito había algo que se llamaba conversación (que no monólogo) y que unas veces podía ser negativa y acabar en enfado, gritos, etc., pero lo mas probable es que acabaran todas en abrazos, besos, reconciliaciones..

Que antes del cibersexo también había algo similar; imaginación.

Todas estas formas de comunicarnos nos permiten lo que su mismo nombre indican, hacen bien su cometido y son todas igualmente válidas. El error es dejar de utilizarlas, dejar de comunicarnos.

Creo que yo jamás podré estar en una situación como en la que está la señora del metro, pues nadie conocerá a mi pareja mejor que yo. A nadie le encantará tanto como a mi, ni nadie confiará en él tanto como yo.